El suicidio del Rock and Roll

C4HCGWTVMAInaZqUna nueva parada más en la gira interminable. Gira europea. Pillar los tickets no es como antaño, ahora lo arreglas de primera aflojando mosca pero a base de bien. Nos vamos a London, a celebrar el día del trabajo, a visitar otra vez los mármoles sagrados, a parar en Heddon Street, en Saville Row, en las pintas, a ver cuadros de Bob Dylan en la Halcyon Gallery, a ver cantar a Bob Dylan en el London Palladium, tercera noche de tres. Suficiente con uno, ni podemos más ni en el fondo creemos que merezca la pena el esfuerzo. Después del show llegamos a pensar que a lo mejor no merece ya la pena ni uno. Es curioso. Las crónicas, mayormente, lo ponen por las nubes. Los fans que pasean por los andurriales del Palladium y ya han estado alguna de las noches anteriores dicen que es el enésimo resurgir, que la banda suena flama, que Bob está dentro. La gente echa el arco iris por la boca, en redes, en foros, donde sea. Somos afortunados de que Bob Dylan siga en el escenario, sí, pero la cuestión es que cuando acaba el show la gente se va a mear y no hay ni rastro de entusiasmo, ninguna cara iluminada. Nadie dice nada pero todos lo piensan, o eso parece. El espectáculo de Bob Dylan en 2017 suena muy bien, está estructurado, tiene momentos de subida, el hombre esta ahí pero es simple, soberana y llanamente aburrido. Aburrido por más que tengas delante de ti al tipo que más horas de placer artístico y estético te ha proporcionado. Aburrido por más milongas que te quiera contar el irreflexivo paseante, el veterano fan que se curtió en las largas noches del Hammersmith ’90 o el que la primera vez que lo vio fue cuando cogió la guitarra en el 2007. Lo mismo es. Aburrido, deprimente. Y la culpa la tiene sólo una persona, Bob Dylan, porque lo hace aburrido queriendo y de manera premeditada. Tiene que ser así. Pues es imposible que una persona de su inteligencia planifique un espectáculo de manera tan atroz si no es lo que desea en el fondo y en la superficie aburrir, plana y llanamente aburrir.

Curiosamente, la propuesta de Dylan podría ser curiosa, por una vez, para el espectador casual. Me imagino al susodicho que se acerca animado por la idea de ver en persona a la leyenda laureada y que escuchó por la radio alguna vez ‘Hurricane’ y otra ‘Like a Rolling Stone’. Se lleva un chasco como siempre, porque el serio señor del escenario no parece tener nada que ver con el que cantó tan célebres tonadas, pero al mismo tiempo se podría quedar sorprendido por el fino sonido de una banda que arropa con candor los facsímiles arreglos de la nueva propuesta del músico, una decidida apuesta por convertirse en un crooner de primera. Pero esta decisión es, simplemente, veneno para la naturaleza del show de Bob Dylan.

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Desde el 2013 los conciertos de Dylan dejaron de estar sujetos al aire del libre albedrío, al aura de lo impredecible. Pese a excepciones como las míticas noches de Roma del 2013 o los shows de Desert Trip 2016, el músico optó por fijar su repertorio y dejar eventuales variaciones reducidas a la mínima expresión. Sin embargo, el set de aquel año, basado en Tempest, su último disco de material original, tenía una integridad, coherencia y fuerza que lo hacía enormemente disfrutable. Había momentos verdaderamente álgidos como ‘What Good Am I’, como el sublime arreglo de ‘Love Sick’, un auténtico pepino que era la guinda del pastel en los shows de 2015, como el desnudo y voraz ‘Long And Wasted Years’ a tumba abierta desde el centro del escenario. Pero a la vez ya había otros que parecían sobrar, la sorprendentemente recuperada ‘Waiting For You’ o la de forma incomprensible tan apreciada por Dylan ‘Spirit On The Water’. Vale, cada cual tendrá su repertorio ideal y es posible que alguien disfrute con esas canciones. Pero yo lo veo, de verdad, improbable o síntoma de falta de juicio.

IMG_4696.JPGEs lícito a la vista de lo que ahora tenemos desear con fuerza que Dylan hiciera una selección de canciones que tuviera el coraje de mostrar en público por qué razón es el músico más importante de la historia del rock y por qué no existe nadie que le pueda discutir ese lugar. La progresiva entrada desde 2014 del repertorio crooner en el set list de los conciertos ha supuesto, poco a poco, el elemento más perturbador de este proceso de giro al aburrimiento con el que me topé en Londres. No deja de ser curioso que los instantes más intensos estuvieran protagonizados por sospechosos habituales, ‘Highway 61 Revisited’, ‘Ballad Of A Thin Man’, ‘Desolation Row’. Pero no se trata de regurgitar por enésima vez las viejas joyas que han sonado en mil millones de ocasiones ya en los conciertos del Never Ending Tour. Es que existe un repertorio relativamente reciente que todavía podría buscar acomodo, como aquel ‘What Good Am I’ del 2013: desde la todavía inédita ‘Narrow Way’ de Tempest, a piezas maestras de Oh Mercy o Time Out Of Mind, como ‘Dirt Road Blues’ o ‘Most Of The Time’. Cualquiera de esas canciones encierra en sí la virtud de la versatilidad, más aún con el actual estado vocal de Dylan, mucho mejor que, por ejemplo, en la época 2008-12, por no ir más atrás. Y desde luego, su entrada haría mucho mas digerible la puesta en escena de los pestiños crooner que, en su voz y forma, quedan básicamente destrozados: el ‘Stormy Weather’ de la noche del 30 de abril en el Palladium dio pavor. 

Ya sé que sólo es un sueño, pero seguro que no estoy solo. Contemplar a Bob Dylan lidiar con esos números impropios y plúmbeos balanceados con petardos del tipo ‘Spirit On The Water’, ‘Scarlet Town’ -esa no sonó tal noche, menos mal- y retractándose en público de los hallazgos estilísticos de la rejuvenecida ‘Love Sick’ o de ‘Long And Wasted Years’ es, simplemente, aburrido y no me merece la pena el esfuerzo de viajar y gastar dinero, por más que siempre te alegre estar en el mismo lugar que él. Y quede como resumen, casi peor que cualquiera de esas, ‘Blowin’ In The Wind’. Reducida a la parodia, una de sus canciones más conocidas aburre a las marmotas. Y eso no puede suceder porque le afecten limitaciones, no: las limitaciones están autoimpuestas sometiendo al atribulado fan a un auténtico quinario. Pero como en cualquier afección, la terapia nos engaña y se burla de nosotros animosamente.

~ por Antonio en junio 18, 2017.

3 respuestas to “El suicidio del Rock and Roll”

  1. Hola, muy interesante tu visión del momento actual. A mí también me sorprenden las críticas positivas que sistemáticamente recibe cada nuevo disco o cada concierto. Mi sensación es la total falta de empatía entre el Dylan actual y el públioo que asiste a los conciertos o que escucha su música más reciente. ¿Para quién sale a escena cada noche? Yo he estado en conciertos de Dylan desde el año 89 y siempre he disfrutado de momentos de emoción, la que viene de lo imprevisto, de lo inesperado, del hecho de escuchar una canción por enésima vez, pero como si estuviera siendo construida por primera vez esa y cada noche sobre el escenario. Como oyente, esa era la gran experiencia. Si la voz no le seguía, si la banda no sonaba perfecta, si el repertorio no era el esperado…eran cuestiones secundarias.

    Eso no ocurre hoy día. La voz está mejor, la banda suena compacta…pero la emoción ha desaparecido. Los músicos dan las notas, sin duda, pero carecen de alma. Inexpresivos como nunca había ocurrido, creo que también ellos se aburren. Esto es algo evidente en discos como Modern Times o Tempest. ¿Alguien ha sido capaz de escuchar dos veces completa la canción «Tempest», que da título al disco?.

    Inicialmente pensé que Shadows in the night era una terapia para que Dylan pudiera recomponer su voz. Que después llegarían grandes obras con una gran banda capaz de seguirle, improvisar, adaptarse a sus imprevisibles impulsos en escena. Y con la voz de Dylan de nuevo en forma.

    Hoy día percibo que con ese autocontrol absoluto, su apuesta por hacer todo él mismo sin interferencias externas, y con estos músicos…estamos en un callejón sin salida.

    Lo más interesante que he escuchado de Dylan en los últimos años ha sido el discurso de los Nobel. No hablo del significado de sus palabras. Hablo del ritmo de las palabras, del sonido casi musical de su lectura, de esa prosa que tiene sonido de poesía, con cada palabra valorada en su medida. Creo que el blowin’ in the wind aburrido de hoy día sonaría mucho más interesante si sobre el escenario estuviera Dylan en solitario, sin músicos, diciéndonos el texto con ese ritmo hablado, aporreando el piano con solo los 3 acordes necesarios…

    Imagino que sobre esto habrá diferentes opiniones…

  2. Gracias César por tu aportación. Lo cierto es que tratándose de quien se trata en cualquier momento podría sacar una obra maestra o darle la vuelta a sus conciertos, pese a las evidentes limitaciones que impone la edad. Estoy convencido de que podría hacerlo si quisiera. A saber lo que pasa por su cabeza, pero lo de «Sinatra»… a estas alturas no hay por donde pillarlo.

  3. César; suscribo tus palabras una por una

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