Segóbriga y las Coéforas

Estos días los socios del Instituto de Teatro Grecolatino de Segóbriga hemos recibido una carta de Aurelio Bermejo, alma mater del proyecto del Festival de Teatro de Segóbriga y director durante largos años del mismo. Desconozco si esta carta se ha remitido en general a los centros de secundaria que alguna vez han estado implicados, de una u otra forma, con el festival, aunque sí que se le ha dado cobertura en medios como la página de Cultura Clásica.com. En ella, Aurelio explica los problemas que han contribuido a desanimarle finalmente y a retirarse de su responsabilidad a un descanso que, por otra parte, ya se tenía merecido. La razón es  el cúmulo de enormes «facilidades» que el Ministerio de Cultura y el Consorcio del Parque Arqueológico de Segóbriga ha dado a la institución para seguir con su tarea.

Supongo -bueno, sé-, que habrá mucha gente a la que no le gustarán algunos de los planteamientos de este festival. Admito que la crítica puntual sea admisible, y no seré yo quien la haga, pero la labor del Instituto de Teatro Grecolatino de Segóbriga a la largo de dieciséis años -y veintisiete de festival- es, básicamente, digna del encomio y el elogio de cualquier persona interesada en la preservación y la difusión de la inmortal enseñanza del teatro antiguo. Aún así, he sido testigo de posturas desdeñosas en no pocas ocasiones, provenientes de latinistas o helenistas excesivamente rigurosos, diría yo, con la altura teatral de los grupos, no olvidemos, amateurs, formados en los propios institutos por profesores enamorados del teatro clásico y que han decidido empeñar su propio tiempo llevando al escenario de Segóbriga a Plauto, a Terencio, a Aristófanes, a Sófocles o a Esquilo. Una lección de teatro sobre el terreno capaz de impregnar el ánimo de nuestro alumnado más que cuarenta clases seguidas, las cosas son así.

A pesar de que el festival se había extendido a muchas otras sedes a lo largo y ancho de España -como Itálica, Mérida o Sagunto-, el epicentro del mismo seguía siendo Segóbriga, ese recoleto conjunto de ruinas que alguna vez fue caput celtiberiae, a decir de Plinio el Viejo, y que se yergue en la cima del Cerro de Cabeza de Griego cerca de Saelices (Cuenca). A sus pies mana el río Gigüela. Durante estos últimos años, las excavaciones han ido sacando a la luz cada vez más información arqueológica de la vida en la ciudad, incluyendo los restos del foro, situado en una zona elevada y con restos de inscripción pavimental. Esta fecunda actividad arqueológica se ha visto fomentada por la catalogación del conjunto como Parque Arqueológico, un estatus jurídico que permite una mayor afluencia de fondos públicos a los yacimientos y, en consecuencia, una mejora de la calidad tanto de los métodos de investigación como de lo que el público visitante contempla, aderezado generalmente por estupendos centros de interpretación. En un libro publicado sobre el yacimiento del Cerro de Cabeza de Griego en 1999, Martín Almagro-Gorbea y Juan Manuel Abascal señalaban la importancia del festival en la puesta en valor del atractivo del conjunto de Segóbriga para convertirse en Parque Arqueológico: «Es un lugar de visita casi obligado de numerosos colegios de los alrededores, así como de Cuenca, Madrid, Toledo o Valencia. En este sentido son muy importantes los Festivales Internacionales de Teatro Greco-Latino, cuya última edición se ha llevado a cabo con creciente éxito en Mayo de 1998, pues brindan un ambiente especial para la visita del yacimiento».

Por eso es inexplicable que el Consorcio del Parque Arqueológico de Segóbriga haya actuado de forma tan cruel con un festival que ha dado vida y ha puesto el nombre de la vieja Celtiberia en un lugar que, de no ser así, ni en broma habría podido ocupar. Desde hace algunos años, para limitar el flujo de visitantes a las ruinas durante las representaciones, se habilitó un horrendo espacio en la cercana Tarancón para que allí  se pusiera en escena, por lo normal, la parte cómica del programa diario. Desgraciadamente, esta solución tan sólo consiguió poner de realce las ingenuas y encomiables deficiencias de unas adaptaciones, de Plauto sobre todo, cada vez más centradas en captar a cualquier costo el interés del alumnado, apelando a motivos cotidianos, sea de la música, sea de la televisión o el mundo del deporte. Soluciones aceptables cuando el marco apoya pero que en Tarancón no hacían más que hundir el sincero esfuerzo de profesores y alumnos por sacar a Plauto a flote. Aquello parecía una feria. La tragedia se reservaba para otro escenario, el de Segóbriga.

Es increíble lo que Segóbriga a dado a la divulgación del teatro más profundo y complejo que jamás ha existido. Todavía recuerdo emocionado el Alcestis de Eurípides que pude contemplar en una lejana edición del año 1999, todavía escucho conmovido el elogio de Atenas de Edipo en Colono en no recuerdo qué edición. Es increíble cómo, en un momento en el que la pública opinión y los propios docentes no hacen más que quejarse de la gandulería y la falta de interés del alumnado, un público adolescente y vibrante ha sabido compartir y apreciar el esfuerzo de otros adolescentes transmutados, en virtud de no se sabe qué divinidad, en Antígonas, Teseos, Hipólitos, Orestes o Ifigenias. No puedo entender que la propia Junta de Castilla-La Mancha no actúe con diligencia y tajantemente para reprender al Consorcio por su falta de comprensión ante un hecho evidente: Segóbriga no sería nada más que una ruina olvidada si no hubiera existido este festival; acaso, como sucede en la extremeña Caparra, ahora se estaría, como dicen los pedantes, «redescubriendo».

Parece, en fin, que a Segóbriga, al Instituto de Teatro Grecolatino, se le retiran subvenciones. Supongo que es que no hay jurdores, claro, ya están empeñados en más loables empresas. Cada vez me gusta más este país, se parece más a Italia, donde el ministro de cultura tuvo que lamentar públicamente el cierre de la Domus Aurea porque existían otras prioridades antes que el mantenimiento de un patrimonio que es, desde mi humilde punto de vista, lo único que merece la pena en estos tiempos oscuros, pues de alguna manera nos ata a un pasado necesariamente más reconfortante para el alma. No teman que sus ahorros están a salvo. Y Aurelio, pues a descansar que se lo merece. Mientras, supongo que el festival, según me dicen, seguirá existiendo. En todo caso y en toda situación, lo apoyaremos incondicionalmente. Por lo menos yo.

~ por Antonio en noviembre 18, 2009.

7 respuestas to “Segóbriga y las Coéforas”

  1. Y yo.

  2. La única cultura valida es la del trinque.

  3. A trincar que el mundo se va a acabar, y que a Plauto, a Terencio y a Menandro les toque seguir esperando, lo que llevan haciendo siglos, brother.

  4. Bien dicho, fratello. Excelente post; espero que me permitas unirme desde aquí a todas tus palabras. Y hablando de teatro grecolatino, ¿te acuerdas lo que hicimos hace muuuuuuuuuchos años con Plauto? Un fuerte abrazo.

  5. Permitido, permitido. Cuando hicimos aquello teníamos que haber acabado en Segóbriga. Por cierto, ¿te dije que creo que tengo en VHS lo que se hizo en la Alameda? Qué bien que nos lo pasábamos, compadre.

  6. Coño, Antoñíto, pásalo a formato digital y me envías una copia. La representación de la Alameda estuvo de puta madre (yo la vi desde arriba, controlado el plano de situación) ¡Qué buenos recuerdos! Un abrazo.

  7. Ya, pero la grabación es desastrosa. Vamos a tener que representarla otra vez. En otra, no sé dónde, en Tablada creo, me hice una brecha en la pierna y todavía tengo la cicatriz, qué animales. Todavía no me metí en el fascinante mundo de la digitalización de VHS. Miedo me da.

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